“Agite antes de usar”. Esta pequeña advertencia podemos encontrarla en las etiquetas de los más variados productos: detergentes, medicamentos, jugos envasados, cremas. Aunque suene extraño, el mismo consejo podemos seguir a la hora de aprender a mirar nuestras emociones y enseñar a nuestros hijos a lidiar con ellas. Te preguntarás: ¿de qué estamos hablando? Te contesto enseguida: “¡del frasco de la calma!”.
Si aún no adivinas de qué se trata, déjame introducir un poco el tema. Lidiar con las emociones es una tarea difícil para cualquier persona. Si lo es para los adultos, tanto más para los niños. Durante el día, pasamos por tantos estados emocionales diversos que a muchos se les hace cuesta arriba bajarse de esa “montaña rusa”. Todo lo que sucede en el exterior, nos afecta internamente para bien o para mal, suscitando en nosotros un amplio rango de emociones como la alegría, tristeza, frustración, excitación, ansiedad.
Las emociones, a su vez, generan en nosotros reacciones físicas, que son claramente identificables si nos regalamos la oportunidad de detenernos para observarlas, sin juzgar. De esta forma, descubrimos un correlato directo entre lo que siento en el corazón y los efectos que esas emociones producen en mi cuerpo. Y viceversa. Resulta increíble descubrir cómo determinadas posturas corporales pueden incidir en un cambio en mi estado emocional.
En el post pasado (ver aquí) compartíamos algunas técnicas básicas para ayudar a nuestros niñas y niños a manejar sus emociones fuertes. Pero también disponemos de otras herramientas entretenidas para enseñar a nuestros hijos a hacer una pausa para mirarse interiormente e identificar qué están sintiendo. Sobre todo cuando la táctica de “contar hasta 10” ya no está surtiendo el efecto deseado.
Entre ellas, está el llamado “frasco de la calma”. Un novedoso juguete de confección casera que conocí de la mano del doctor en psicología Christopher Willard, especializado en mindfulness para adolescentes y adultos jóvenes. A mi juicio, se trata de una de las maneras más gráficas de enseñar a nuestros hijos a entender cómo operan las emociones y pensamientos en nuestra mente…y de paso, cómo volver a sí mismos para calmarse en medio de la tormenta.
“Los niños, especialmente los más disruptivos, tienden a reaccionar a las dificultades en vez de compartirlas con palabras. Nosotros los adultos a menudo somos apenas un poco mejores en eso. Cuando las palabras no están disponibles, ayuda mucho encontrar otras formas de demostrar la conexión entre pensamientos, sentimientos y comportamientos”, explica Willard, al promover las ventajas del “frasco de la calma” para enseñar a los niños a regularse emocionalmente.
Para el experto en mindfulness infantil, el “frasco de calma” es una de las más poderosas metáforas visuales que podemos utilizar para demostrar esa conexión y cómo el mindfulness, “entendido como el cultivo de la quietud y la pausa en medio del confuso caos de la vida actual, nos afecta. Al principio yo sólo hacía esta práctica sólo con niños pequeños, pero desde entonces he encontrado que incluso los adolescentes la disfrutan”.
Para replicar en casa esta experiencia, vas a necesitar pocos materiales que son muy fácil de conseguir: un frasco o botella transparente; brillantina (escarcha), purpurina o confeti plástico de distintos colores; agua y vaselina líquida o glicerina. El efecto que queremos lograr es similar al de las tradicionales “bolas de nieve navideñas”, pero claro, sin Santa Claus en medio.
Es importante que el niño o niña participe activamente en la confección de este simple juguete, porque será SU frasco de la calma. Lo acompañará cada vez que se sienta ofuscado(da) o abrumado(da) por alguna emoción. Te aconsejo que sobre una mesa coloques pequeñas porciones de brillantina, separada por colores, y a su lado el frasco o botella, un jarro con agua y la vaselina.
Partan vaciando el agua y la vaselina en el frasco hasta cubrir ¾ partes de él. La vaselina líquida (también puede ser glicerina o pegamento líquido) ayudará a que la brillantina no se asiente demasiado rápido en el fondo; luego comiencen a echar la brillantina asociando cada color a una emoción. Por ejemplo, la rabia pueden asociarla a la brillantina roja, el miedo a la negra, la excitación a la amarilla, la ansiedad a la azul, la café a la frustración, etc. O también puedes armar un entretenido relato como el siguiente: “Esta mañana te despertaste y descubriste que tu hermano se había comido el último trozo de pastel que quedaba y eso te dio rabia (agregas brillantina roja al frasco); luego un amigo te llamó para invitarte a un paseo a la playa este fin de semana (agregas brillantina amarilla); pero tu mamá te dijo que no podrías ir si no terminabas la tarea que te dieron en el colegio (agregas brillantina café)”. En fin, las posibilidades son infinitas y puedes adecuarlas a las situaciones cotidianas de tus hijos.
Cuando hayas terminado de agregar las “emociones” al frasco, ciérralo herméticamente (muy necesario si quieres evitar que tu casa quede “bañada” de brillantina o para evitar que un niño pequeño ingiera por accidente su contenido) y comienza a agitarlo vigorosamente, mientras le explicas a tu pequeño que al final del día, así es como se encuentra su mente: abrumada por todas esas emociones y pensamientos que se mezclan entre sí, enturbiando su claridad y haciendo difícil estar tranquilo o tomar cualquier decisión.
¿Pero qué pasa si posamos el frasco sobre la mesa por unos minutos? Observamos atentamente y comenzamos a darnos cuenta que la brillantina poco a poco va deteniendo su danza de la confusión, depositándose lentamente en el fondo del frasco. Mientras esto sucede, invitamos a los niños a acompañar esta “lluvia de brillantina” con respiraciones profundas, llevando la atención a nuestra inhalación y exhalación.
Sorprendentemente, nuestros hijos podrán descubrir tras pocos minutos que el agua al interior del frasco vuelve a ser totalmente clara y transparente, mientras la brillantina descansa tranquilamente en el fondo. El “frasco de la calma”, de esta forma, se puede convertir en un eficaz aliado para demostrar de manera simple a los más pequeños el funcionamiento de nuestra mente, así como la importancia de detenerse y aquietarse para calmar nuestras emociones y pensamientos, para de esta forma hacer frente a las adversidades con mayor claridad y seguridad.
La próxima vez que veas a tus hijos con rabia, ansiosos o excitados, invítalos a tomar su “frasco de la calma”, a agitarlo y a permanecer quietos mirando esa caótica danza de colores durante el tiempo que la brillantina se deposita en el fondo, respirando de manera consciente. Podrás comprobar en directo los beneficios de esta práctica.
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